jueves, 11 de junio de 2009

pesadilla de media noche

El calor de los últimos días había sido sofocante,
tanto que las ganas de dormir carecían de fuerza
y permanecía despierto durante horas hasta que
en ocasiones perdía la noción del tiempo.
Había aprendido a leer la noche dependiendo
la posición de la luna, que cada cierto tiempo
aparecía en su recorrido nocturno a través de
mi ventana de tal suerte que alumbraba mi cama.
Por fin pude conciliarme un poco de sueño,
aunque no puedo decir con certeza si estaba durmiendo
o si mis pensamientos eran tan profunos y callados
que me producían la sensación de descanso,
de igual forma estaba muy tranquilo, a pesar de las
ligeras gotas de sudor que se deslizaban por mi cuerpo,
esas pequeñas gotas que apenas se sienten humedecer la piel.
Alguien entró a mi cuarto, en silencio, apenas escuché sus pasos
pero la verdad estaba muy cansado como para tener ganas
de abrir los ojos y preguntar quién era el que había entrado
y qué quería, pensé que era mi papá dejandome un poco de dinero
ya que suele hacerlo mientras yo duermo.
Pero lo escuché deslizarse por mi cuarto, despacio, susurrando
algo que no podía entender; abrí los ojos un poco,
en la oscuridad no se daría cuenta que lo estoy observando.
No era mi papá, en realidad no era nadie a quien yo conociera
o algo que pareciera humano. Era tan grande como el techo
y era imposible describir su rostro, su mirada, la forma en que
me observaba; delgado y algo jorobado,
sus manos eran tan blancas, que apesar de la noche las veía
Simulé no verlo, y él se quedó fijamente viendome, callado,
sin movimiento, tratando de pasar desapercibido tal ves.
Chocó con mi silla que tengo acomodada en frente
de mi escritorio, la movió de su sitio y cayó. Retuve el
aliento unos momentos, segundos en los que olvidé respirar.
Por fin reaccioné e intenté decirle algo,
pero no pude, mis labios estaban pegados, era imposible
abrir mi boca; hablaba, gritaba, pero se ahogaban
las palabras dentro de mí, de mi alma; mis dientes se
apretaban con tanta fuerza que hasta sentí aflojarse algunos
y mi lengua se echaba para atrás como si quisiera asfixiarme,
me dolía tanto que sentí que se me rompería y me la tragaría.
Pronto me empecé a quedar inmovil y trataba de luchar
contra mi propio cuerpo para que se moviera. Tomé
involuntariamente una pocisión fetal, comprimiendome
dentro de mí mismo.
Mis puños se cerraron tan fuerte que me marcaba las uñas
sobre la palma de mi mano. Algo no me dejaba mover, pero
nadie me sujetaba, era como si estuviese amarrado, cada
espacio de mi cuerpo no me pertenecía ya. Poseído
habrían dicho los religiosos, esos que hablan de las cosas
como si tuvieran la verdad absoluta en sus haberes; pero era algo
más complejo que eso, no sentía miedo, aunque no era
la situación más cómoda exactamente, como si algo entrara en mí.
Me revolcaba sobre mi cama, me defendía a toda costa y
las cobijas solo entorpecían mi lucha, lo único que lograba
controlar de mi cuerpo eran mis ojos, los cuales solo eran
unos espectadores impotentes ante la situación, ante
la terrible escena que se desarrollaba en mi cuarto.
La figura seguía ahi parada, sin hacer o decir nada,
solo me miraba, esperaba a que sucumbiera.
Poco a poco empecé a cansarme y dejé de luchar,
sentía que entre más luchaba, más difícil era vencer aquella batalla.
Estaba exhausto, lleno de sudor y caí derrotado,
cansado hasta perder la conciencia y desvanecerme.
Desperté en la mañana con un gran dolor en la boca, en los dientes
y en las manos tenía mis uñas marcadas. Las cobijas tiradas
a un lado de la cama, solo quedó la más liviana. -vaya noche- pensé
Pero me di cuenta que solo había sido una pesadilla que tuve
tal ves producto de los delirios del insomnio y el calor de aquellos días.
Mi papá ya se había ido a trabajar, olvidó dejarme dinero.
Me paré por que era algo tarde y al caminar me pegué con mi silla
que estaba tirada en el suelo, fuera de su lugar.